Rebeca Figueroa de Yero nació en Cuba, en 1956. Su niñez transcurría feliz. Ella disfrutaba de la música y la contemplación de la naturaleza. Sus padres se dieron cuenta de que tenía un talento especial, por lo que la llevaron a aprender piano a la edad de 6 años. Su capacidad de aprendizaje era sorprendente. Rebeca también disfrutaba del estudio de la Biblia. Su vida era perfecta, hasta que una mañana amaneció muy enferma. Sus padres la llevaron al hospital en donde entró en estado de coma. Los médicos vieron que su presión arterial era muy alta debido a que había contraído fiebre reumática. Hicieron lo imposible para revertir la situación y tuvieron éxito, pero en el proceso, la pequeña perdió la vista. Fue muy duro para la familia. Rebeca no obstante, demostró una actitud muy positiva en su vida. Daniel, su hermanito más pequeño, se convirtió en los ojos de su hermana. No obstante, rápidamente ella aprendió a ver con los ojos del alma. Prosiguió sus estudios por medio del lenguaje Braile, y su aprendizaje de piano lo continuó con un método especial ideado por sus maestros.
En Camaguey, asistía a la iglesia pastoreada entonces por Rolando de los Ríos. “Nos admiraba verla caminar por los pasillos de la iglesia hacia el piano sin tropezar; se había aprendido el camino. Cierta vez, mi esposa y yo fuimos invitados a almorzar en su casa. El alimento fue preparado por ella, sin la ayuda de su madre. Me preocupaba que se quemara en la cocina, pero hizo todo perfectamente.” Relata el pastor de los Ríos. Allí se casó con su amigo de la infancia, Isidro, con quien estuvo unida durante 44 años. Tuvieron dos hijos: Ismael y Aile.
Los caminos del pastor de los Ríos y Rebeca se cruzaron nuevamente en los Estados Unidos, ya que ambas familias se mudaron a Orlando. “Cuando se encontraba conmigo me saludaba con palabras como estas: ‘¡Pastor, qué bien se ve!’ No hay dudas de que ella veía con los ojos del alma.” Comenta el pastor.
Rebeca era feliz. A pesar de su discapacidad, y de que la vida volvió a golpearla con la muerte de su hijo Ismael, ella nunca se quejó. Soportó la prueba con fe. Su risa era contagiosa. Estaba agradecida a Dios por el don que le había dado, que era su forma máxima de expresión, y sentía la necesidad de utilizarlo en Su servicio. Compuso más de 200 himnos, y llevaba a cabo un ministerio incansable. Dirigió varios coros de adultos y niños. En esas actividades se tomaba el tiempo para interactuar con las personas que participaban de las mismas. Desarrolló un ministerio personal de oración notable. Estas personas le contaban sus problemas, y ella siempre tenía palabras de aliento, y oraba sin cesar por ellos. Pasaba horas en el teléfono escuchando, orando, y trabajando por aquellos que estaban necesitados. Con amor y dedicación asistía a una casa de asilo para ancianos con regularidad. Organizó un coro para darles la oportunidad de cantar y alegrar sus vidas por medio de la música.
Rebeca dejó este mundo el pasado octubre. Su vida fue un ejemplo del deseo de un hijo de Dios de poner su vida a Su servicio, sin encontrar excusas de tiempo, distancia, discapacidad, etc. Ella se fue con la esperanza de que al abrir sus ojos, podrá ver el rostro de Cristo, conocer la cara de sus hijos, y disfrutar de lo que Dios tiene preparado para los que le aman.
Hispanic | January 2017
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