Sonia Allemant, miembro de la iglesia Primera, es una terapeuta ocupacional graduada en Perú y se desempeña trabajando con niños desde su nacimiento hasta los 3 años como intervencionista. Está casada y tiene hijitas pequeñas, mellizas. Su vida se desarrollaba como la de cualquier mamá que trabaja y cuida de su familia. Su padres, que siempre la asistieron en el cuidado de las niñas, hicieron un viaje a Perú, su país de origen. Mientras se encontraban allí su madre enfermó de gravedad. Sonia hizo arreglos en su trabajo, donde le prometieron que mantendrían su posición en su ausencia, y partió para Perú a los efectos de cuidarla. La enfermedad se prolongó, y Sonia debió permanecer allí durante casi un año. Como consecuencia, perdió su trabajo. Cuando la salud de su madre mejoró, Sonia regresó. Inmediatamente se puso en campaña para conseguir otro empleo, sin suerte. La situación financiera de su familia se tornó difícil. A pesar de que su esposo se había quedado en los Estados Unidos trabajando mientras ella cuidaba de su madre. Ellos siempre habían contado con su ingreso, y se hacía cuesta arriba mantener la infraestructura que habían armado como familia. En medio de este cuadro, la salud de su madre empeoró y ella tuvo que partir nuevamente hacia Perú.
Una vez más se encontraba en el aeropuerto de Atlanta sola, triste, desanimada y hasta enojada. Contaba con muy poco dinero esta vez, y la responsabilidad del cuidado de sus dos hijitas, para las que llevaba un cochecito. Debía hacer un trasbordo en Miami, y éste le permitiría que también cargase los bolsos de mano. Se preguntaba hasta cuándo se estiraría esta situación insostenible. Un miedo profundo a lo que le esperaba en ese viaje inundaba su mente. De pronto, anunciaron que era hora de abordar. Cuando se disponía a entrar en el avión, trató de cerrar el cochecito una y mil veces, pero parecía estar trabado. Muy amablemente la tripulación trató de asistirla, pero sin suerte. El avión ya estaba listo para partir, y continuaban intentando. Algunos pasajeros salieron a ayudar, en vano. Se le dijo que lamentablemente debería dejar el cochecito allí. Sonia transpiraba y pensaba en cómo se arreglaría en Miami con las niñas y el equipaje. Finalmente el piloto se compadeció y vino también a tratar de cerrar el cochecito, pero no lo logró. En ese momento, como última alternativa, Sonia dijo: “Dios, por favor, ayúdame.” Terminó de decir estas palabras y levantó el cochecito como para intentar por última vez, y antes de hacer fuerza, el cochecito se cerró. Al subir al avión, todo el pasaje y la tripulación la aplaudieron. Sonia estaba nerviosa y avergonzada. Se sumergió en su asiento, queriendo desaparecer. Al llegar a Miami y alistarse para salir del avión poniendo nuevamente a sus niñas en el cochecito, se encontró con que otra vez estaba trabado. Esta vez, lo primero que hizo fue orar, y el cochecito inmediatamente se abrió.
Mientras volaba a Perú, Sonia meditó en el incidente, y vio claramente que a través del mismo, Dios le había querido comunicar que Él estaba a su lado en ese momento, e iba a continuar acompañándola. Lloró y pidió perdón a Dios por su falta de fe. Una paz enorme inundó su corazón, y pudo encarar las cosas de una forma diferente.
Su madre mejoró completamente, y todos volvieron a los Estados Unidos. Allí comenzó nuevamente la tarea de buscar trabajo, pero esta vez con fe y paz. Luego de un tiempo le ofrecieron un trabajo en Gainesville. Durante un mes y medio, sólo tuvo tres pacientes, y el tiempo que le tomaba manejar hasta allá parecía no valer la pena el esfuerzo. A mediados de diciembre del 2016, en la iglesia hicieron un llamado para dar una ofrenda especial para cubrir un déficit financiero de la tesorería. Se pidió que cada familia donara un mínimo de 250 dólares. El esposo de Sonia no es adventista, y ha sido muy comprensivo y generoso con la situación de sus suegros. Ella no quería pedirle dinero. No obstante, se dijo a sí misma: “Dios me ha mostrado a través de todo lo que estoy viviendo que está a mi lado. Quiero dar este dinero que no tengo, pero sé que Él proveerá.” Llenó el papel del pacto, y se fue muy tranquila a su casa. La semana siguiente, Sonia fue bendecida grandemente: la cantidad de niños que le asignaron comenzó a aumentar, y al cabo de unos días, tenía 16 pequeños para atender.
El 21 de enero, ella dio su ofrenda feliz. Ese dinero iba cargado de agradecimiento, por una experiencia que nunca olvidará.
“Pero ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que podamos darte estas ofrendas voluntarias? En verdad, tú eres el dueño de todo, y lo que te hemos dado, de ti lo hemos recibido.” 1 Crónicas 29:14 NVI
Hispanic | April 2017
Comments are closed.